El Río de mi Sevilla

Mi río espejo del cielo

se despeina con dos vientos,

uno se hizo marinero

y el otro paró hasta el tiempo.

Uno llevó hasta Triana

su libre sabor a sal,

el otro, a la otra orilla,

toneladas de arrabal.

Uno abre las Aguas

y el corazón del Postigo,

el otro lleva Esperanza

al otro lado del río.

A uno lo guía una Estrella,

con la piel blanca de espuma

y limpia como la pureza,

al otro un Giraldillo,

la veleta de los siglos,

le indica el rumbo de las mareas.

 

¡Que bendición despeinarse, en esa dársena eterna!

Con el viento navegante

llegò al puerto trianero,

el carey lleno de luz

pa” la cruz del nazareno.

Por la calle Santander, con la tarde ya “vencía”,

tres cruces vienen de vuelta, dos ladrones y un Mesías.

Hasta tres necesidades reclaman para María

y solo por esta vez, el viento desata su ira…

¡Padre, perdónalos!… Que también son de Sevilla.

Mira si son sevillanos, los vientos de estas orillas,

que al llegar la noche amainan,

porque al expirar el día,

arrecia más el fervor prendiendo candelerías,

que hasta la misma Giralda, se encela cuando las mira.

Quién naciera guardabrisas para proteger la luz,

de tu semblante divino “Mare” mía de la Salud,

que aunque vivas alejada de Santa Ana y de Sevilla,

el río te abraza dos veces,

a ti te sobran orillas.

Y soplando por las “vereas”,

aunque eterna sea la espera

aguardan ese momento,

en que las trabajaderas,

levantan las parihuelas

y avanzan con el izquierdo.

Uno suena a infantería,a tambores y cornetas,

con las brisas de bonanza de su salve marinera,

el otro suena a maestranza, a Piedad del baratillo,

a la pena de dos madres, a roja sangre y arena,

a Guadalquivir de gloria…a salve baratillera

Los dos vientos de mi río se citan de “madrugá”,

pues por Pastor y Landero, quedó cautivo el momento,

anclada está en la memoria “ Dame la mano, Soleá”,

cuando voces prisioneras con lamento le cantaban:

Carcelero carcelero, abre puertas y ventanas

que ella es reina de los cielos y Esperanza de Triana”.

Uno sopla el campanario

de la iglesia de Santa Ana

Esparciendo su sonido,

otro acaricia a diario,

la bella torre albarrana,

la centinela del río.

Y sentado en una orilla maldecía un sevillano:

Quien pudiera ser el viento, furioso y desatado

para frenar esa lanza que se clavó en tu “costao”,

quien pudiera ser la brisa, que con cautela y sosiego,

se cuela por tu corona para acariciar tu pelo,

¡Quién pudiera ser Sevilla!…

Para tenerte en mi cielo.

Uno reza a Guadalupe su oración entre Las Aguas,

al Dolor en su Soledad,

a Piedad y a Caridad,

a las penas que se desatan

cuando sueltan sus amarras.

Otro implora por Salud,

por María y Patrocinio,

por una Estrella de luz,

Por el peso de la cruz,

por la Esperanza de los delirios.

Que se alboroten los palios del Arenal y Triana,

que les lluevan a raudales

desde azoteas y terrazas

pétalos para la madre, en esta su tierra santa,

que se almacenen promesas en viejas atarazanas.

Los vientos son sentimientos

que escapan como suspiros,

y se clavan como espadas,

en las conciencias, en las almas,

en corazones heridos.

Cuando se mira en el rio, hasta el cielo se despeina,

recibe la ventolera, del barrio de las tabernas

y el huracán que se fragua por las calles canasteras

dos historias entre varales,

dos puertos, dos arrabales

guardianes de dos orillas,

dos vientos tiene mi río…

El río de mi Sevilla.

 

 

 

 

 

 

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